Eduardo Martínez de Pisón
Catedrático emérito de geografía de la Universidad Autónoma de Madrid y escritor.
Juan Enrique Gómez.
Está convencido de que el hombre debe luchar por sus ideales y enderezar el camino que nos lleve hacia el mejor de los futuros. Eduardo Martínez de Pisón (Valladolid 1937) es un erudito del paisaje, del territorio y la naturaleza. Geógrafo, catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid, está considerado como el máximo exponente en investigación de la geografía física de la Tierra, una disciplina que enriquece con profundos estudios y comentarios humanísticos y científicos, literatura, arte, medio ambiente y conocimiento personal de los territorios sobre los que habla y escribe, porque Martínez de Pisón, Premio Nacional de Medio Ambiente, es también escritor con más de 500 publicaciones especializadas, entre artículos y libros. Comprometido con la búsqueda del equilibrio entre el hombre y el territorio, su último libro ‘Atlas Literario de la Tierra, paisajes de palabras’ (Forcola Ediciones 2023), muestra diversas formas de mirar el paisaje, de contar la naturaleza, a través de la obra de grandes literatos, como ya lo hizo con el mundo del arte en el libro ‘La montaña y el arte. Miradas desde la pintura, la música y la literatura’ (2017).
Martínez de Pisón afirma que la presencia del hombre en el territorio siempre implica modificaciones, pero es posible dirigir y controlar los comportamientos con el fin de no ser nocivos, en lo grande y en lo pequeño, con la naturaleza terrestre. Convencido de la necesidad de proteger los espacios naturales más sensibles, cree que hay que conducir la acción del hombre de modo que no resulte dañina para el medio ambiente, lo que tiene un claro significado moral.
La montaña es vida para este geógrafo conocedor de los grandes paisajes del mundo, desde la Antártida a las montañas de la península Ibérica, fue presidente del Comité Científico español para la Investigación en la Antártida. Apasionado de los desiertos, ríos, mares y, sobre todo, de las altas cumbres y sus paisajes glaciares. Al caminar por senderos y hacer cumbre, siente una sensación de recompensa moral y de “haber sido aceptado por lo magnífico”. En su sencillez, siente envidia de las pequeñas flores que crecen en las grietas de la cumbre. Martínez de Pisón nos muestra su especial forma de mirar la naturaleza y la humanidad.
De sus libros y conferencias se desprende una idea que cambia nuestra concepción de lo que nos rodea ¿El paisaje tiene alma?
Eso pensaban Unamuno y Machado. Y también que el alma tiene paisaje. Es una correspondencia profunda que nos enseñó la Generación del 98. Que también nos enseñó a mirar alrededor, a ver las cosas y en las cosas. Yo lo aprendí de aquellos escritores y lo pasé a la mirada geográfica para que ésta llegara a más honduras que las de la sola percepción de la fisonomía y la forma de los lugares. Estas son las apariencias y tiene un carácter básico, pero en ellas no se agota el paisaje. Sin embargo, el alma de los paisajes no es perceptible si no pones tu alma en ello.
Ha publicado ‘Atlas literario de la Tierra’ ¿Es posible descubrir el territorio y sus paisajes a través de las palabras, a las que considera espejo del paisaje?
Habría posibles bibliotecas enteras dedicadas sólo a descripciones, a símbolos, a emociones, a enseñanzas de paisajes. Las palabras de otros nos han enseñado a mirar y ver. A conocer la sustancia de un lugar o a refinar nuestra sensibilidad ante unos colores o significados de un sitio o a conocer con ciencia las estructuras que lo sostienen y arman o las fuerzas que lo rigen. Se ha creado así una geografía literaria paralela a la real, que la refleja o a veces la inventa, que en sí misma es un placer recorrer y que además nos eleva en nuestra capacidad de saborear el mundo. En literatura se puede hacer un atlas de páginas, de libros o de autores sobre los espacios geográficos de la Tierra, bien descriptivamente o bien de modo temático. Yo he elegido esta segunda opción a modo de ensayo y de manera selectiva, escogiendo mis libros, los que expresan con más intensidad, desde mi perspectiva, cómo puede ser una montaña, un desierto, un llano, un bosque, un río, un mar, un pueblo o una ciudad. Y el libro es eso, comprimido y también abierto a que el lector pase del estante de obras representativas que yo manejo, para no ser interminable, a una biblioteca mayor.
En esta obra hace referencia a un cuento de Clarín en el que el hombre es paisaje. ¿Cree que el entorno se comunica con el hombre?
Hay dos referencias a Clarín. Que era un magnífico escritor, como todo el mundo sabe. Pero no sólo del mundo urbano, sino también del rural. De una sensibilidad extraordinaria y de una prosa espléndida. Pero, además, tiene un cuento con explícito sentido del humor (creo que muy asturiano) en el que habla del fin del mundo como consecuencia de una torpeza colectiva y del éxito inexplicable y rapidísimo de ciertos maximalismos. Cuando ese fin se cumple, no se acaba el mundo, sino la humanidad. Y, al disiparse su último vestigio, se acabaría igualmente el paisaje, pienso yo, pues éste es una revelación cultural. Es una visión elevada del territorio propia de la cultura. Se extinguen así con los seres humanos, con sus civilizaciones, las conciencias del paisaje.
¿Hasta qué punto el paisaje, las singularidades de un territorio, han condicionado la evolución y actuaciones humanas a lo largo de la historia?
El paisaje, como escribía Ortega y Gasset, es historia. Es una construcción cultural y, por ello, histórica. Por un lado, lo ha fabricado con amplitud la implantación humana en el terreno. Hay paisajes antrópicos e incluso culturales. Además, es una interpretación de los lugares, por las costumbres, por el arte, por la ciencia, por las experiencias, por las emociones, por los sentimientos. Tiene una parte objetiva, que da su fisonomía, y otra subjetiva, que procede de la cultura social y de las vivencias particulares. Así que la imagen del paisaje es una aportación y un modelo que nos hace ver el territorio como tal paisaje. Con ingredientes especiales. Y el conjunto, lo objetivo y lo subjetivo, forma un todo, y retorna a la vida, a las gentes, al paso de la historia; no obliga, pero sí influye como recurso físico y hasta espiritual en quienes lo habitan o recorren. Ahora bien, de ahí a pasar a un determinismo de la naturaleza o del clima en la historia hay un abismo. No me tiraría por él.
¿La antropización del territorio puede ser su destrucción o es posible el equilibrio?
Podría ser, si los excesos de técnica nociva, de insalubridad, de belicosidad, de contaminación, etc. fueran por caminos imparables. Estamos en una Tierra que puede volverse Marte; nuestro planeta es un milagro en el Cosmos inmediato, en el sistema solar; está girando entre desiertos, un astro ardiente y climas o vacíos letales. Aquí hay aire, agua, fertilidad, vida, cultura. Y paisajes llenos de belleza y hasta de dulzura. Pero, igualmente, tenemos la deseable sensatez, espero, que nos impedirá llegar a tal catástrofe. Por eso debe cuidarse el territorio, en lo que dependa de nosotros. Está claro que no podemos hacer nada, de momento sobre las fuerzas y dinámicas astronómicas, de las que también dependemos, pero sí podemos dirigir y controlar nuestros comportamientos con el fin de no ser nocivos, en lo grande y en lo pequeño, con la naturaleza terrestre. El paisaje, como bien y patrimonio físico y cultural, tiene también sus exigencias para sobrevivir a la destrucción derivada del pragmatismo de corto alcance, a la indiferencia social y a conductas torpes. Pero, sabremos salvarnos. A veces con luchas ingratas, pero lo haremos. Y, en principio, es una mirada cultural, es decir, civilizada, muy humana, lo que nos permite a acceder a la idea de paisaje.
La Tierra es un milagro en el Cosmos inmediato, gira entre desiertos, un astro ardiente, y vacíos letales. Aquí hay aire, agua, fertilidad, vida y cultura. Y paisajes llenos de belleza y hasta de dulzura.
¿Los valores de una sociedad se aprecian en nuestro entorno natural?
Esos valores han cambiado con la historia y no son los mismos en todas partes. Hay ciertos países donde no cuentan. O ciertos momentos históricos donde importan más o menos o se expresan de distintos modos. Y siempre tienen su incidencia en la naturaleza. Claro está que no se pueden comparar los impactos en ella de un poblado neolítico y de un centro urbano actual, ni tampoco su pensamiento. Otra vez la historia cuenta cómo se encauzan o desbordan los hechos humanos, sus modelos y sus valores. Pero nuestra implantación en los territorios lleva consigo modificaciones en ellos, siempre. Y nuestros modelos culturales plantean imágenes y valores que pueden calar más o menos en la sociedad, ser minoritarios o generalizados, que aprecien o no y repercutan en el tratamiento que damos a la naturaleza. Hoy, en Occidente, han crecido los valores dados al entorno natural y se observa en rasgos de esa conducta, no siempre fácil de llevar a la práctica, pues nuestro mundo económico es duro, implacable y ciego para estas cuestiones. Al mismo tiempo, la capacidad técnica alcanzada en la transformación del territorio, las demandas mayores de una creciente población, la pérdida de los confines, la implantación de nuevos sistemas, entre otras muchas cosas, ponen en jaque continuamente a esos valores, que sólo puede controlar una política cultural fuerte, también aplicada a la geografía.
¿Sería necesario volver a los ecosistemas y sus beneficios, regresar al mundo rural?
Se definían los espacios geográficos como naturales, rurales y urbanos, en mutuas correspondencias, diferencias e intercambios. Ese sistema es correcto o incorrecto en razón de sus mutuas funciones, equilibradas o desequilibradas. Y de su reparto territorial sin inundar los unos a los otros. Ahora desborda el espacio urbano-industrial sobre los demás, en protagonismo, en acción, en contagio, en extensión y en modelo extensivo no sólo de producción, de estructura o de fisonomía, sino de estilo territorial y ello afecta al hábitat rural, a la economía agraria, a las comunicaciones, e invade en nuestro entorno lo que ha venido siendo el espacio rur-natural y lo que quede del aún naturalizado. Lo que hay que hacer es no romper el equilibrio tripartito. Como principio, en general, y aplicarlo en cada palmo de terreno. El mundo rural español fue una forma de civilización, El que conocí de niño y adolescente. Con acusada personalidad, pese a sus penurias. No sólo se transforman los territorios. Eso también se pierde: civilización.
Lo que hay que hacer es no romper el equilibrio entre los tres espacios geográficos: naturales, rurales y urbanos, como principio fundamental, y aplicarlo en cada palmo de terreno.
Se dice que hay múltiples futuros y que está en nuestra mano elegir el camino adecuado, ¿Acertar en la elección pasa irremediablemente por una mayor comunión con la naturaleza?
Está y no está en nuestras manos. Pero sí lo está el luchar por los ideales. El enderezar el camino. Y ahora, en nuestro espacio natural (o, mejor, de dominantes naturales) inmediato, todo lo que no está protegido está amenazado. Conservarlo es una decisión nuestra, de los particulares, de la sociedad y, cosa evidente, de las autoridades. Es una resolución que debemos tomar y, si podemos, si nos dejan, ejecutarla. No me fío de cierta política, donde no se esperan votos de los ruiseñores, sino de un público que con frecuencia sólo mira a su rápido provecho material, no importa cómo, y con el cual tiene tratos prácticos de conveniencia. Entonces, es la sociedad cívica quien tiene que usar la democracia para evitar esos daños o para conseguir que aún sea posible en el futuro esa deseable “comunión con la naturaleza”. Para ello, debe seguir habiendo naturaleza. Y eso es una opción claramente territorial y paisajística.
Todo lo que no está protegido está amenazado. Conservarlo es una decisión nuestra, de los particulares, de la sociedad y, cosa evidente, de las autoridades. Es una resolución que debemos tomar y, si podemos, si nos dejan, ejecutarla.
Desde hace un tiempo la expresión cambio climático se sustituye por cambio global para incluir el efecto del hombre sobre el clima ¿Deberíamos ser más conscientes de nuestros actos y el papel que jugamos en el cuidado del planeta?
Es nuestra única opción. Los efectos de nuestra acción en la atmósfera, en las aguas y en la tierra sí la podemos controlar y encauzar. Y, en la medida en que somos responsables de ello, tiene un claro significado moral, no sólo práctico, el conducir nuestra actividad de modo que no resulte dañina para el medio ambiente. Se confabulan muchos intereses en contra de determinadas regulaciones, pero también se avanza en su modificación progresiva. No hay más remedio. Que se distribuyan imágenes de los demás planetas de nuestro entorno celeste y que se vea en ellas cómo puede ser tu casa si no tienes más cuidado en mantenerla viva.
Que se distribuyan imágenes de los demás planetas de nuestro entorno celeste y que se vea en ellas cómo puede ser tu casa si no tienes más cuidado en mantenerla viva.
¿La sexta extinción tendrá al hombre como protagonista?
No lo sé. Ojalá no sea así. No tengo datos seguros actuales y no poseo prospecciones futuras. Pero las tendencias sí que son visibles a cualquiera. Hay que proteger y conservar, depende de nosotros. Si no lo hacemos, el progresivo deterioro, dejado solo a sus fuerzas, puede llegar a límites fatales. Por ello es necesario corregirlo y detenerlo.
Para usted la montaña es parte fundamental de su vida y sus experiencias, ¿Coincide con Juan de la Cruz o Dante en el componente místico de las montañas?
Es una experiencia mística, muy espiritual, sublime, narrada en versos magníficos que nos conducen a estados del alma simbólicos y plenos, que nos enseñan a hacer sublimes a cualquier lector, si queremos, claro está, las vivencias habituales de la ascensión. Esos poemas son un símbolo de cualquier escalada a una montaña y, a la inversa, cualquier escalada podría ser una experiencia que reviva ese lado profundo revelado por la literatura. No siempre es fácil en la práctica montañera estar tan alto o tan hondo como lo que nos cuentan los grandes poetas, como es lógico, pero esa es nuestra cultura y en los ecos de sus logros mayores entendemos, incluso sin pretenderlo, nuestros actos. En el caso de las montañas, ¿no hablan al espíritu sus silencios?
En el caso de las montañas, ¿no hablan al espíritu sus silencios?
Los ecosistemas frágiles y extremos como los de las altas cumbres muestran ya signos de colapso, de cambio de ciclo, nos advierten de lo que puede pasar ¿Por qué no les hacemos caso?
Por primar el interés material, de modo abusivo, sin contemplaciones respecto a sus consecuencias. Y “después de mí, el Diluvio”, tomando para este caso la vieja frase atribuida a un rey sin escrúpulos. Hoy casi se nos ha ido en las cumbres pirenaicas el paisaje glaciar de antaño, que cantaron los pirineístas del siglo XIX y que yo he recorrido y gozado y estudiado con pasión. La Sierra de Guadarrama no ha tenido apenas nieve en lo que va del año y los políticos arcaizantes persisten en mantener las estaciones de esquí al lado de un parque nacional, con toda su chatarra dañando el lugar, por mero entendimiento de la montaña como lugar de explotación industrial. No hay reacción inteligente, al menos inteligente, ya que no amante de la devolución a la naturaleza lo que es de ella. Y, aguas abajo, esa división pragmática del territorio sólo entre productivo e improductivo se extiende a todos los pagos. ¿Quién puede cambiar culturalmente esta percepción? Todo está acelerado, todos los modelos tienden al consumo, al aprovechamiento de cada brizna. Pero la verdadera percepción cultural del mundo depende de todo lo contrario, del aprendizaje de la quietud.
¿Cambiar el mundo depende de nosotros?
Tanto como el mundo, no. Somos menos poderosos. Pero sí, en la parte que nos corresponde y hasta donde podamos, si es conveniente, de nuestro mundo humano y, como consecuencia, de nuestras acciones en el resto. En eso estamos. En cambiar cierto mundo, empujando un poco. Si la pregunta va por mí, diré que lo intenté con humildad siendo profesor. Lo sigo haciendo, con mayor modestia, escribiendo. Por mí, que no quede, solía decir Julián Marías. Que esta máxima se extienda. Tampoco somos muy optimistas.
Le apasiona subir a las altas cumbres y dejarse llevar por el paisaje y sus mensajes ¿Qué siente cuando ya no hay tierra entre usted y el cielo?
Plenitud, sensación de recompensa moral. Y de estar aceptado por lo magnífico. De pertenecer al paisaje, de poder gozar de la fuerza y de la belleza del mundo. “Envidio a la hierba que ha crecido en la fisura de una roca de la cumbre y ha hecho de esa piedra su casa y de ese cielo su techo.”
Envidio a la hierba que ha crecido en la fisura de una roca de la cumbre y ha hecho de esa piedra su casa y de ese cielo su techo.
DICHO QUEDA EN EL ÁGORA
La Tierra
- Estamos en una Tierra que puede volverse Marte.
- Nuestro planeta es un milagro en el Cosmos inmediato, en el sistema solar; está girando entre desiertos, un astro ardiente y climas o vacíos letales. Aquí hay aire, agua, fertilidad, vida, cultura.
- El alma de los paisajes no es perceptible si no pones tu alma en ello
- Si hablamos de misticismo de las montañas, ¿no hablan al espíritu sus silencios?
- En la cumbre de una montaña siento plenitud, sensación de recompensa moral. Y de estar aceptado por lo magnífico.
- Envidio a la hierba que ha crecido en la fisura de una roca de la cumbre y ha hecho de esa piedra su casa y de ese cielo su techo.
Humanidad y su influencia en el planeta
- Nuestra implantación en los territorios lleva consigo modificaciones en ellos, siempre.
- Lo que hay que hacer es no romper el equilibrio entre los tres espacios geográficos: naturales, rurales y urbanos como principio fundamental y aplicarlo en cada palmo de terreno
- El mundo rural español fue una forma de civilización.
- Todo lo que no está protegido está amenazado. Conservarlo es una decisión nuestra, de los particulares, de la sociedad y, cosa evidente, de las autoridades. Es una resolución que debemos tomar y, si podemos, si nos dejan, ejecutarla.
- No me fío de cierta política, donde no se esperan votos de los ruiseñores, sino de un público que con frecuencia sólo mira a su rápido provecho material
- Es la sociedad cívica quien tiene que usar la democracia para evitar esos daños o para conseguir que aún sea posible en el futuro esa deseable “comunión con la naturaleza”.
- Elegir el futuro adecuado está y no está en nuestras manos, pero sí lo está luchar por nuestros ideales y enderezar el camino para que en el futuro pueda haber esa deseable comunión con la naturaleza.
- Ser más conscientes de nuestros actos es nuestra única opción. Los efectos de nuestra acción en la atmósfera, en las aguas y en la tierra sí la podemos controlar y encauzar.
- Hay que proteger y conservar, depende de nosotros. Si no lo hacemos, el progresivo deterioro, dejado solo a sus fuerzas, puede llegar a límites fatales. Por ello es necesario corregirlo y detenerlo
- Podemos cambiar el mundo en la parte que nos corresponde y hasta donde podamos.
- El paisaje, como bien y patrimonio físico y cultural, tiene también sus exigencias para sobrevivir a la destrucción derivada del pragmatismo de corto alcance, a la indiferencia social y a conductas torpes. Pero sabremos salvarnos. A veces con luchas ingratas, pero lo haremos
- Podemos dirigir y controlar nuestros comportamientos con el fin de no ser nocivos, en lo grande y en lo pequeño, con la naturaleza terrestre
- Los valores de la sociedad han cambiado con la historia y no son los mismos en todas partes… siempre tienen su incidencia en la naturaleza