España alberga el 54% de las especies que habitan en Europa y cerca del 5% de las descritas en todo el mundo. Un alto patrimonio natural que debemos custodiar de forma responsable.
En nuestro país, los que llevamos unas cuantas décadas saliendo al campo para disfrutar de la vida al aire libre y ejercer de naturalistas aficionados solemos caer en la desconfianza al valorar el estado de conservación de nuestro patrimonio natural. Aunque tengamos motivos para ser optimistas, seguimos instalados en el sí pero. Y no nos faltan razones para ello. Hubo un tiempo, allá por los años ochenta, en el que parecía que todo se venía abajo.
Tanto el lince ibérico como el oso pardo, el águila imperial y el quebrantahuesos han logrado aumentar tanto sus poblaciones como su área de distribución.
El uso indiscriminado del veneno en el campo, especialmente de la letal estricnina, estaba amenazando a toda la cadena trófica. La mixomatosis había puesto al conejo de monte (el kril del bosque mediterráneo) contra las cuerdas y las poblaciones de grandes carnívoros estaban bajo mínimos, como las de rapaces y aves acuáticas.
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