«Es muy importante reconocer que no somos la especie elegida». Eudald Carbonell, director del Institut Català de Paleoecologia Humana i Evolució Social (Iphes) y codirector del proyecto Atapuerca, hizo esta afirmación hace unas semanas al exponer los últimos descubrimientos en estos yacimientos. La frase suena contundente, pero resume perfectamente lo que muchos otros antropólogos, etólogos y biólogos llevan tiempo constatando: que comportamientos que tradicionalmente se consideraban sólo humanos son comunes a otras especies animales.
Atributos como la inteligencia, la empatía, la justicia, o la autoconciencia , que creíamos diferenciales del ser humano, se han constatado también en animales.
Hace tiempo que Darwin y otros investigadores desmontaron la teoría de que humanos y animales no tenían nada en común porque el primero era un ser racional y los segundos meros mecanismos automáticos. Y a finales del siglo XIX los psicólogos de la corriente mentalista ya defendían que había animales inteligentes. Pero ha sido en las últimas décadas del siglo XX y en lo que llevamos del XXI, con el auge de la etología y de la investigación científica en general, cuando se han ido acumulando evidencias de que la memoria, la comunicación, la capacidad de aprendizaje, el uso de herramientas, el sentido de la justicia, la amistad, la envidia, los celos, la solidaridad, la cooperación, la empatía o el cariño, por citar algunos, son rasgos compartidos por muchos animales.
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