Félix Gracia
… y punto. Cuestión de jerarquía evolutiva, de orden y de pura lógica. Antropología, ciencia sin eufemismos ni ideologías innecesarias. Supervivencia a tope y sin más, que es el primer mandato de la Evolución y el inexcusable punto de partida hacia cualquier experiencia de vida que se pretenda. Es decir, que lo primero es garantizar la existencia del “experimentador”, del SER VIVO, sin el cual no hay experiencia posible, buena o mala, ni creación, ni nada de qué hablar, ni vida…
Por tanto, lo primero es estar vivos. Y solo desde el cumplimiento de dicha premisa básica, cobran sentido otras acciones destinadas a producir y asegurar “calidad de vida”, a la vida ya asegurada. La primera es obra de la propia Evolución: instinto básico genuino, que compartimos con el reino animal. Mientras que las segundas, asociadas al bienestar y al placer, requieren consciencia, voluntad y participación humana para lograrlo. En ese orden y sin medias tintas.
Los problemas surgen cuando dicho orden natural se altera obviando la condición esencial, que es la supervivencia, o dándola por asegurada de manera tácita por la sociedad, como parece ser el caso actual. Un grave peligro para todos, pues de nada sirve un teórico idealismo por bandera o un “mundo Disney” soñado…, si luego no existen personas para habitarlo.
Sobran discursos y falta sentido común, además de una buena dosis de generosidad entre nosotros; en esta sociedad presente compuesta entre todos y que es llamada a gestionar nuestros recursos, lo que somos y lo que tenemos. Y a hacerlo con el pensamiento y el corazón puestos en los que nos han de suceder, jóvenes y niños de hoy… a quienes espera y requiere, VIVOS, el futuro.
No pretendo ser alarmista. Mis palabras son una llamada al “orden”, a su respeto y cumplimiento, pero también una apelación al sentido común. Palabras sentidas que me digo y aplico; y quizá también una sugerencia a otros, que presiento próximos o cercanos, ante una situación global como la presente en que las circunstancias ya constituyen una seria amenaza para la supervivencia.
Alzo pues la voz y afirmo que lo primero es estar vivos.
Sobrevivir.
Sobrevivir, a ¿qué? A lo que toque, a lo que ya está y a lo que venga. Y sobrevivir implica tomar decisiones que promuevan, faciliten o aseguren ante todo y en primer lugar la supervivencia humana. Y en ese orden de prioridades, antes que “el paisaje” y aún antes que un “salario mínimo” digno, por ejemplo, están las “condiciones mínimas de habitabilidad” que hagan posible la vida, y que tienen mucho que ver con la protección del Medio Ambiente y la gestión de recursos. Y a renglón seguido, la atención al resto de especies. Incluso si tales acciones requieren reajustes en nuestro modo de vida y en nuestra escala de valores, o suponen la privación de un deseo o un sacrificio para los que estamos aquí.
En definitiva, hago una llamada a la cordura y a la generosidad, frente a posturas radicalizadas que anteponen los derechos de algunos lugares, animales y plantas a los humanos. Tales especies y nosotros estamos hechos para convivir procurando el bienestar de todos. Pero existe una jerarquía de valores en el mundo, suficientemente explícita desde el punto de vista antropológico y al margen de ideologías, que hemos de respetar. Y, en dicha jerarquía, el Hombre (mujer y varón) incorporan la mayor apuesta evolutiva, la mayor inversión biológica y de conciencia y la más grande capacidad de crear y de amar de cuantas especies pueblan la Tierra. Un inmenso patrimonio al que hay que sumar un factor de naturaleza metafísica, que es la convicción humana de ser receptáculos o de estar habitados y sostenidos por una “realidad espiritual”, por un Poder eternamente existente y eternamente creador, como una fuente inagotable de vida…
Y es dicho conjunto de dones lo que hace al Hombre merecedor no solo del reconocimiento de ser “lo más perfecto y valioso” de la Creación, sino también el privilegio y la responsabilidad de cuidar de todo cuanto hay en ella.
En este escenario me sitúo; ante la oportunidad de intervenir junto a otros y el deber moral de hacerlo, con honestidad y sin disfraces. Fiel a las motivaciones más nobles que inspiraron las obras de nuestros antepasados y que constituyen la herencia más valiosa de la Humanidad, de la que rescato hoy el sentimiento contenido en el término sánscrito ahimsa, que en su acepción más genuina alude a un sentimiento profundamente ecológico y humanista, denominado “compasión”. Un sentimiento no equiparable a “sentir lástima” por alguien, sino a “sentirse uno” con ese alguien, partícipe de su experiencia o situación, que es más que ser solidario.
Ese “mañana”, empieza cada día.
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