Si quienes llegan a la estación de autobuses de Santiago de Compostela se toman un momento y se paran a ver con detalle qué hay en la zona verde que tienen enfrente descubrirán un detalle interesante. En uno de los extremos hay una huerta urbana. No es la única en toda la ciudad. Los huertos municipales están repartidos por los distintos barrios, a los que se suman las huertas y jardines que siguen existiendo —aunque no se les vea— en las traseras de no pocas casas. Santiago es, además, una, pero no la única ciudad en la que sus habitantes pueden coger la azada, disponer unas semillas y esperar a que la tierra dé sus frutos.
Tener un jardín propio en el que cultivar alimentos y flores no es solo positivo para el medio ambiente, también lo es para las personas.
Los huertos urbanos —nacidos de la iniciativa municipal o de la de los propios vecinos— están cada vez más presentes en los callejeros españoles. Casi, incluso, se podría decir que se han ido poniendo de moda. Un estudio de 2015 del Grupo de Estudios y Alternativas de la Universidad Politécnica de Madrid —habitualmente citado cuando se habla de esta cuestión— señala que su boom estaba conectado tanto con la crisis económica como con el deterioro medioambiental y la mayor concienciación ciudadana sobre el tema.
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