“Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son, esta es mi insignia y mi blasón”, reza uno de los lemas que hablan de la fundación de la ciudad de Madrid, hace unos cuantos siglos. Cada parte de esta sentencia dicta los orígenes de la urbe: el agua, abundante en sus arroyos y el subsuelo, y su defensa gracias a unas murallas edificadas con sílex, piedra de la que saltan chispas al impactar sobre ellas cualquier proyectil que se lanzara.

Las pantas rupicolas, adora todo lo escarpado, disfrutan con la verticalidad y crecen casi sin sustrato.
Al agua y a la roca habría que añadir que muchos de los actuales muros de sus innumerables construcciones tienen una compañía orgánica de lo más bella, en forma de pequeñas plantas. Y esto no solo ocurre en Madrid, sino por toda la geografía española, ya sea Cádiz, Talavera de la Reina o Luesia.
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