El sentido del tacto funcional como herramienta de atracción entre las especies generando sentimientos positivos y bienestar. Algo que entre vampiros ocurre de forma natural para cuidar los unos de los otros.
La oscuridad cae sobre la jungla de Costa Rica, las sombras se alargan y una gran colonia de murciélagos aperchados en los oscuros recovecos de una cueva se ponen en marcha tras un día de absoluta inactividad. Uno despliega las alas y sus compañeros le siguen. Echan a volar en círculos concéntricos por el techo de la caverna. Poco a poco van saliendo de la boca de la cueva en bandadas que surcan el cielo del anochecer. Ha comenzado la mañana del murciélago vampiro, Desmodus rotundus. Con una garganta demasiado estrecha como para tragar comida sólida, sobrevive a base de una dieta líquida de sangre. Es el único mamífero sanguívoro conocido por la ciencia.

Los murciélagos vampiro viven al límite. La sangre es una pésima fuente de energía.
Un par de incisivos superiores afilados pueden perforar con facilidad las duras pieles de vacas y caballos. Luego, durante veinte o treinta minutos, el murciélago sorbe tranquilamente su sangre a través de unos conductos en forma de paja que tiene en la parte inferior de la lengua. Su saliva contiene tantas medicinas como la botica de un farmacéutico: proteínas con propiedades antibacterianas y antimicrobianas, un vasodilatador para ensanchar los capilares y aumentar su flujo; un anticoagulante macabramente llamado «draculina» para evitar la coagulación y asegurar que se produzca un goteo continuo.
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