Como todo el mundo sabe, el modelo energético fósil desarrollado durante los siglos XIX y XX ha dominado el planeta. El carbón, el gas y el petróleo nos han dado mucho. Han sido los protagonistas de una historia de desarrollo económico y social históricos. En términos de concentración energética y de facilidad para el consumo, son vectores energéticos irrepetibles. Pero, hoy, este modelo ha entrado en quiebra y está condenado a desaparecer —lenta pero inexorablemente— a lo largo del siglo XXI, tanto por razones físicas y económicas como por razones medioambientales. Nadie parece albergar dudas sobre este proceso; si acaso, sobre el cuándo. Pero el cambio es irrefutable.
En el nuevo sistema energético que se avecina, la península ibérica tiene muchas posibilidades de triunfar.
El modelo energético del siglo XXI será una combinación del proceso de decadencia del modelo fósil y el proceso de emergencia del modelo que, en general, suele denominarse renovable. La producción de energía será, fundamentalmente, a partir de fuentes de energía renovables (solar, eólica, hidráulica), complementadas con baterías, e irá acompañada de la electrificación de buena parte de la actividad económica, ya sea de forma directa, con los vehículos eléctricos y las bombas de calor, o indirecta, gracias al hidrógeno.
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