Juan Enrique Gómez. Periodista, director de Waste Magazine
Los fuegos en espacios naturales aumentan cada año a causa de la alteración del clima, las políticas radicales de no interferencia en la naturaleza, y la falta de inversión sobre la superficie forestal de todo el continente europeo, que lleva a la desafección y abandono de los habitantes de zonas rurales sobre sus propios territorios. El uso racional de los ecosistemas, su cuidado y aprovechamiento, son parte de las nuevas claves en la lucha contra el fuego.
JUAN ENRIQUE GÓMEZ
La conocida frase “los incendios se apagan en invierno”, casi en desuso desde hace décadas, ha vuelto a situarse en la mente de todos aquellos que viven, trabajan o, simplemente, disfrutan de los bosques en un país con grandes espacios naturales y un continente donde las masas boscosas son parte de su esencia paisajística. La gran cantidad de incendios que en los últimos años asolaron la península Ibérica, ha centrado la mirada sobre el estado de los espacios naturales, tanto sobre los protegidos como los que no gozan de una figura legal de salvaguarda de sus ecosistemas, con un resultado poco favorable a la labor realizada por las administraciones sobre nuestros montes. El fuego ha desvelado una situación de abandono grave, favorecida por la idea del conservacionismo radical de no actuar sobre la naturaleza ni siquiera para protegerla. Las llaman recuerdan que los bosques generaban una serie de beneficios ecosistémicos que repercutían en las poblaciones de su entorno que, a su vez, procuraban que la naturaleza siguiese su curso a base de pequeños trabajos de mantenimiento y cuidados, que ahora llamamos silvícolas, y que no son más que ayudar al monte a seguir su propia dinámica natural. Usos y aprovechamientos que, en gran parte del territorio, fueron olvidados.
Cuando se produce un gran incendio, todo el mundo clama por una limpieza total de los bosques, por la ordenación de los territorios como si se tratase de enormes arboledas ajardinadas, e incluso exigen la inmediata repoblación de los espacios quemados para que los troncos calcinados no nos recuerden nuestro propio fracaso. Las Administraciones se lanzan a una carrera por reacondicionar y reforestar, pero todo el mundo olvida que el fuego se apaga en invierno o lo que es lo mismo, las llamas lo tendrán más difícil si el monte forma parte de nosotros mismos, de nuestro trabajo, sustento, vivencias y ocio.
Desde hace dos décadas algunos científicos, como el catedrático de Botánica de la Universidad de Granada, Francisco Valle, señalan que los montes han de tratarse como lo que son, espacios naturales que tienen su propia dinámica que hay que respetar. Afirma que la prueba está en que los bosques no alterados, o naturalizados con criterios científicos, con matorral autóctono y diversidad de especies, se queman menos y, si el fuego se produce, se recuperan más rápido y mejor.
Recursos forestales
Hasta casi el final del siglo XX era habitual que los habitantes de zonas con masas boscosas utilizasen los recursos de las arboledas para cubrir sus necesidades, como recoger la leña caída tras las tormentas, recolectar frutos, extraer resinas, cuidar el matorral bajo el que crecerán las setas, mantener refugios para fauna, e incluso preservar la vegetación que servirá para prevenir avenidas que destrozan cauces e inundarían sus tierras. El uso continuado del espacio natural significa también ejercer un control y servicio de vigilancia permanente, además de prevenir posibles usos inadecuados y acciones de pirómanos. La implicación directa de los habitantes de las zonas rurales es la mejor garantía para la conservación de la naturaleza.
Pero no olvidemos la responsabilidad de quienes tienen la obligación de velar por el territorio. La gestión forestal es fundamental para apagar las llamas no solo cuando el bosque arde. Científicos como Francisco Valle, apuestan por volver a un uso racional y sostenible de los montes, que tenga como base de la recuperación del territorio con especies mediterráneas y evitar los bosques monoespecíficos en favor de una mayor diversidad vegetal. Gran parte de la superficie forestal de España, fundamentalmente en la mitad sur, son bosques de coníferas, sobre todo pinos, que se plantaron con el objetivo de sustentar el terreno y, más tarde, dar paso a plantaciones de matorral y otras especies arbóreas, pero este segundo objetivo no se llevó a cabo y los pinares crecieron muy densos con árboles muy juntos sin dar opción al crecimiento del matorral, lo que les ha hecho extremadamente vulnerables a los incendios.
El futuro pasa por trabajos de prevención que, a base de cortas y sacas programadas, reduzcan la densidad de los bosques y, tras ello, la plantación de matorral autóctono, que ayudará a hacerlos menos vulnerables a los incendios. Los expertos aseguran que es imprescindible la multiespecificidad de los bosques, ya que el fuego no se comporta igual con todas las especies. Una arboleda con diferentes especies ralentiza el avance del fuego. Además, apuestan por la apertura de áreas cortafuegos que no son las típicas franjas desbrozadas que roturan las laderas, sino espacios con matorral abiertos en zonas boscosas, a las que añadir carriles de acceso, bien acondicionados, para la realización de trabajos y, llegado el caso, atacar las llamas.
El uso racional del monte es considerado ya como una parte muy significativa de la solución ante el fuego y su prevención. Utiliza el bosque y ayudarás a su conservación, un antiguo concepto que vuelve a tenerse en cuenta. Las gentes han de recuperar el uso de la naturaleza. Carboneros, piñoneros, resineros y tantas otras profesiones asociadas a los recursos forestales, deberían recuperarse, incluso la ganadería debe volver a los montes, de una forma sostenible, para ejercer un control equilibrado de la vegetación y ayudar al crecimiento de poblaciones de matorral y especies refugio.
Los pueblos han de recuperar la simbiosis con el medio que les rodea. Existe un beneficio mutuo entre hombre y entorno que se basa, únicamente, en el respeto a la tierra donde habitas.
114 Me gusta