Juan Enrique Gómez
Periodista – Waste Magazine
En los albores del XXI, David Bowman, el astronauta de ficción de ‘2001, una odisea en el espacio’ (1968), lograba viajar a las estrellas. Lo hacía ayudado por fuentes energéticas que llevaban a su nave estelar más allá del sol. El físico y escritor Arthur C. Clarke, imaginaba un mundo en el que la escasez energética era solo un mal recuerdo escrito en los libros de historia. Clarke se mostró demasiado optimista al situar el guión y posterior novela de ciencia ficción en el año 2001, ya que dos décadas después de esa mítica fecha la humanidad aún mantiene una gran dependencia de los combustibles fósiles que no consiguen cubrir sus necesidades de consumo energético. Pero el escritor acertó al dejarnos entrever que la supervivencia de la humanidad y su expansión en el universo podría depender de si consigue emular el nacimiento de las estrellas: un reto que podríamos considerar como exclusivo de los habitantes del Olimpo y alejado de las posibilidades del hombre. Pero la ciencia ha conseguido ya abrir la puerta de los dioses y hacer que pequeñas estrellas nazcan y generen energía, aunque mueran pocos minutos después. La nueva fuente de energía inagotable, limpia, sin emisiones ni residuos peligrosos, se llama fusión nuclear, que no es más que emular en la Tierra lo que ocurre en el interior del sol.
La humanidad, en el inicio de la tercera década del siglo XXI, se enfrenta a la imperiosa necesidad de disponer de energías al alcance de las posibilidades económicas reales de los habitantes de la Tierra. En este momento los países desarrollados apuestan por fuentes de energía renovables ya conocidas, sol, viento, saltos de agua, olas y mareas, a las que se intentan sumar nuevas formas generadoras de energía, entre ellas el uso del hidrógeno en sustitución del gas y, sobre todo, confían en que los científicos logren dominar e industrializar la fusión nuclear, que al contrario que la fisión (la nuclear que conocemos) es energía renovable y limpia. Todos esperan que la nueva energía de los dioses, pueda ser ‘domesticada’ en el horizonte de 2040.
Mientras se consigue ¿qué hacemos con las nucleares actuales? Las crecientes necesidades energéticas aconsejan una respuesta: mantener las centrales de fisión que quedan con los mayores niveles de seguridad posibles, ya que el uso exclusivo de las renovables aún no es suficiente.
Es urgente la creación de nuevos campos solares y eólicos, mayores facilidades para la generación hidroeléctrica e incluso la posible construcción de parques para generar energía a partir de la fuerza de las olas y las mareas, pero todo ello seguirá sin ser suficiente si no logramos encontrar los sistemas que nos permitan almacenar, en grandes cantidades, la electricidad generada y hacerlo sin usar procedimientos químicos, que en muchos casos provocan reacciones contaminantes.
A pesar de que el discurso político pseudoecologista nos sitúa en un escenario de transición energética, en el que se penaliza todo lo que no lleve la etiqueta de renovable, la realidad de los datos indica que casi el 30% de la energía que consumimos en España todavía procede de fuentes contaminantes, con uso de combustibles fósiles, gas y carbón. Las energías renovables, viento, sol y agua suman otro 48% y la fisión nuclear, por sí misma, genera el 20,1% de la producción nacional; una energía que procede de las cinco centrales nucleares que aún funcionan en este país y que, desgraciadamente, no cuentan con los sistemas más modernos porque durante décadas no se ha querido dedicar tiempo y dinero a la investigación en este campo.
En la energía de fisión nuclear que conocemos, átomos con núcleos pesados son divididos para convertirlos en otros con núcleos más ligeros. En ese proceso se genera una enorme cantidad de energía que es utilizada para calentar agua que generará vapor y moverá las turbinas que crean electricidad, pero el proceso parte de elementos radioactivos, uranio o plutonio, y genera residuos altamente peligrosos. En cambio, en el interior del sol o el nacimiento de una estrella, de una forma natural, dos núcleos de átomos ligeros se unen entre sí para generar otro núcleo más pesado, liberando partículas en el proceso en forma de energía, lo que ocurre cuando son sometidos a enormes presiones gravitacionales y a temperaturas de alrededor de 15 millones de grados, un proceso continuado e imparable que ocurre en el núcleo del sol y que la investigación científica ha logrado reproducir a partir de elementos tan comunes y abundantes como el hidrógeno y sus isótopos, deuterio y tritio, que puede extraerse, sobre todo, del agua del mar.
No es nada fácil emular lo que ocurre en el núcleo de las estrellas. El primer problema es que recrear las presiones gravitatorias que ejerce el sol sobre los átomos, necesita multiplicar por cien la temperatura que se genera en su interior. O sea, que los científicos han de conseguir más de 150 millones de grados centígrados y que los átomos, confinados en un plasma que se encuentra en el centro de un recipiente rodeado de potentes electroimanes, logren fusionarse y generar energía. Hasta aquí ya es una realidad en laboratorio de pruebas o proceso de investigación, pero el proceso en sí consume mucha más energía de la que genera y la fusión se mantiene solo durante pocos minutos, cuando lo que hay que lograr es que produzca mucha más energía que la que consume y la fusión sea continuada en el tiempo. El resultado final será energía sin límites, no contaminante y a partir de materiales tan abundantes como el agua.
Este es el objetivo en el que trabajan científicos de todo el mundo, agrupados en diferentes proyectos que se desarrollan en Estados Unidos, Europa y China. España se ha implicado de forma muy directa en el proyecto europeo de reactor experimental de fusión (IFMIF). Para determinar qué materiales compondrán los reactores de fusión, se ha creado el proyecto IFMIF-DONES, que posee como base un gran acelerador de partículas que se ubicará en Granada con la colaboración del Ministerio de Ciencia e Innovación, la Junta de Andalucía y la Universidad de Granada. Será la primera piedra para el futuro reactor de fusión europeo.
Hemos iniciado el camino hacia el futuro energético, pero la apuesta debería ser clara, tanto para la sociedad como para sus gobernantes, que deben ser conscientes de que la investigación científica necesita tiempo, dinero y conceptos. Pensar en que es posible crear energía de la unión de núcleos atómicos en lugar de hacerlo, como hasta ahora, mediante división y ruptura, es una nueva lección extraída de la observación y el conocimiento de la esencia de procesos naturales tan singulares como la formación de las estrellas.
No es el momento de poner trabas a los avances científicos que pueden generar una nueva era. Es tiempo para la búsqueda de soluciones conjuntas. La crisis energética de esta segunda década del siglo XXI ofrece una enseñanza básica, la unión de fuerzas sociales, científicas y políticas, puede solucionar uno de los problemas más graves a los que se ha enfrentado la humanidad a lo largo de los tiempos y (¿porqué no?) también el que se haga realidad el sueño de Arthur C. Clarke: que el hombre sea hijo de las estrellas.
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