Son vanguardia en la visibilización y defensa del mundo rural y sus mujeres, para lo que se sirven de las redes sociales o de un dinámico asociacionismo. Empresarias agrarias y ganaderas o profesionales comprometidas con la regeneración ecológica y social de una España que todavía se resiste a que la llamen vaciada.
De alguna manera, este reportaje empieza hace 10 años, con una llamada telefónica a la que tiempo atrás fuera mi vecina de enfrente en el pueblo segoviano de Estebanvela (81 habitantes). Nos alegra saber a la una de la otra y nos preguntamos por nuestras vidas, la mía de periodista, la suya, hasta donde se me alcanza, de ama de casa. Yo sin grandes novedades, le digo. «Pues yo ahora soy conductora de autocar», me cuenta ella. Crac, ligero crujido en mi cerebro. «Siempre me encantó conducir vehículos grandes, así que estoy feliz». Craaaaaac, qué gusto dios, cuando se quiebra un prejuicio.
Lugares comunes. Ahí es donde van a parar muchos de nuestros pensamientos cuando apuntan hacia las mujeres del mundo rural. Mujeres en realidad que no paran, que viven en pueblos porque les da la gana, que se hacen cargo de negocios que otros dejan, que cambian de profesión, que se asocian para defender lo suyo y lo de otras, o se hacen instagrammers para que las oigan lejos.
Aunque los datos sobre la España vaciada (otro de esos conceptos que de tanto repetirse amenaza con quedar solo en la cáscara) empiezan a hacerse bola, es necesario, llegados a este punto, poner las cifras bocarriba. La población de nuestras zonas rurales (municipios con menos de 30.000 habitantes) es de unos 7,5 millones de personas, el 15,9% de la población total (censo de 2020) para el 84% de la superficie del país.
El abandono del campo avanza imparable (un 7,1% en los últimos 10 años) en plan la terrorífica nada de ‘La historia interminable’, y en los pueblos que sobreviven empieza a haber tanta testosterona en el aire como polen en primavera. Las áreas rurales tienen un índice de masculinidad un 9,2% más elevado que las urbanas (en La Rioja alcanza el 17,5%). Además, cuanto más pequeño el municipio, más tíos.
Tradicionalmente la contribución de las mujeres a la agricultura y la ganadería se ha considerado ayuda, se ha infravalorado.
Un sector más masculinizado que la media
Lo anterior pone sobre la mesa los términos de una ecuación compleja. Porque cuando hablamos del sector agroganadero, lo hacemos, nos recuerda la extremeña Catalina García, de ámbitos muy masculinizados, «hechos por y para los hombres». Hay además, señala Teresa López, una resistencia poderosa a reconocer el trabajo femenino: «Tradicionalmente la contribución de las mujeres a la agricultura y la ganadería se ha considerado ayuda, se ha infravalorado, pese a que ellas han asumido todos los deberes, aunque sin ningún derecho derivado». Que hasta 2011 no pudiesen ser cotitulares de las tierras con sus parejas lo dice todo.
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